Diez años después.

Saboreaba los últimos tragos de un amargo café de máquina. La entrada a Madrid estaba colapsada. La lluvia era fuerte, el miedo se respiraba en la vía. Los peatones se cubrían bajo el paraguas, los parabrisas estaban en pleno funcionamiento. Metí la primera, avancé despacio. El tanatorio del Sur no estaba lejos, pero llegaba un poco tarde.

Hacía años que no le veía. Él había sido la persona que construyó mi infancia, la que me hizo entender mejor los problemas. Tenía sesenta y dos años y el cáncer lo había matado. Dedicó su vida al diseño de casas, aunque su pasión era el dibujo artístico. Su capacidad de abstracción y sobre todo su destreza sobre el lienzo, hicieron  de su obra una radiografía de la última mitad del siglo.

Conseguí  aparcar cerca de la puerta. La lluvia acaba de cesar, aún así, resultaba complicado transitar el trayecto hasta la entrada sin mojarse. Dos puertas automáticas se abrieron a mi paso, dentro todo era diferente. Un gran edificio deslumbró mis ojos. -El lujo se respira, la muerte es un negocio- me dije.

Caminé por un pasillo silencioso. Los rostros que me iba cruzando eran infaustos, apagados. Llegué a la habitación 234, era el lugar donde estaba el cuerpo. Abrí la puerta, y para mi sorpresa, detrás de ésta no había nadie. No me lo podía creer, él siempre fue una persona muy respetada, amigo de sus amigos, siempre tuvo con quien pasar los ratos de aburrimiento.

Salí nuevamente al pasillo. En ese momento unos tacones se acercaron hacia mi posición. Era una mujer de mediana edad. La pregunté por la familia del pintor. Ella me dijo que allí no había ningún pintor. Me dio un nombre, Julia Agudo Maldonado. El nombre me sonaba mucho, pero no era la persona que había ido a visitar por última vez.

Entré nuevamente en la sala y caminé hacia la capilla ardiente. Sobre el ataúd descansaba una mujer de unos treinta y tantos, quizás treinta y nueve. Su cara me era familiar, parecía como si ese rostro hubiese sido parte de mi vida. Me repetí varias veces su nombre en la cabeza. En ese momento me detuve… ¡Julia!No podía creer lo que estaba viendo, Julia había muerto. Parecía mentira que diez años después me hubiese encontrado con ella, bueno, con su cuerpo.

A finales de los noventa acaba de dejar los estudios, buscaba trabajo y no encontraba nada a mi medida. Mi sueño había sido ser poeta, pero nunca tuve la valentía de publicar.

Un absurdo día me presenté en un periódico, publiqué un poema en forma de esquela. Dejé mi dirección. Pasó el tiempo y no recibí noticia. Desde ese momento, cada mes publiqué uno nuevo.

Mientras desayunaba una mañana tranquila, el cartero dejó la correspondencia en mi buzón. Miré carta por carta. Todas eran del banco, todas menos una, era una respuesta a mis publicaciones. Decía que me había estado leyendo cada vez que aparecía en el periódico. La primera vez había sido pura coincidencia, estaba buscando la esquela de defunción de su hermana pequeña horas antes de su entierro. Leer esos versos la habían hecho afrontar mejor el día más triste de su vida.

La historia fue a más, pero como vino, se acabó. Aquel funesto día, casi diez años después, estaba ante ella. El azar nos había unido, y nos había vuelto a unir por la misma causa del pasado. Bueno, parecida.

Aquella noche la pasé escribiendo, caí rendido al alba. Cuando desperté, diez años después de mi última publicación, volví a publicar un nuevo poema.

Espero que lo siga leyendo.

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el sillon del vago
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5 respuestas a Diez años después.

  1. Noemi dijo:

    en el texto subyacente de este me has piyado… no sé a quién te refieres, ni a que… pero el texto me gusta…

  2. Cochiloco dijo:

    funebre e inspirador…

  3. mam26 dijo:

    ME GUSTA.
    INVENTA UNA HISTORIA EN ESTA LÍNEA Y ESCRIBELA POR ENTREGAS SEMANALES.

  4. mam26 dijo:

    LEGIBLE, PUEDE SER REAL, LÓGICA, DE FACIL COMPRENSIÓN, ACTA PARA UNA MAYORÍA….ME GUSTA.

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